Compré tierra fértil y húmeda. Muchos Dm3. Acomodé los muebles de forma tal que las estrellas derramaran su lechosa luz platinada provocando haces de luces relumbrantes. Construí varios bancales con muchos palets de madera. Los barnicé prolijamente y planté un huerto urbano.
Decoré el ambiente exterior con unos enanos de jardín que, por admonición de la vendedora, serían mágicos. Me resultó tan llamativa su insistencia que los fui intercalando meticulosamente entre el refinado mobiliario.
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A intervalos regulares nocturnos, los enanos cobraban vida. Cuando uno se portaba mal era enterrado de forma vertical con la cabeza hacia abajo porque, entre la comarca enana, sostenían la creencia que, al cabo de las lunas llenas, se levantarían de nuevo y serían obedientes. Por la mañana, el sol los convertía en figuras de piedra.
Los enanos eran fabulosos mecánicos y herreros. Oficiaban la ebanistería del mismo modo que la orfebrería, con suma destreza.
Sabida es la historia del anillo de Odín –Draupnir-, creado por un enano. Cada noche ese anillo creaba otro anillo. Exactamente igual al primero haciendo rico al portador.
Ocurrió que mis hijos comenzaron a notar que los ángulos del jardín rotaban. Los muebles recientemente adquiridos cambiaban extrañamente su ubicación y las lluvias no los afectaban. Por la mañana, ahí estaban, estoicamente secos y brillosos. Era un eterno loop. Una y otra vez.
Del jardín, comenzaron a brotar grandes árboles. Lechuga, rúcula, tomateras surgían de los festivos cantares de aquellos seres diminutos. Cuando amenazaba algún gato en el tejado, los enanos se guarecían bajo los bancos de jardín de madera maciza. Siempre frecuentando sonrisas de tabaco y flores silvestres. Voces enronquecidas y temperamentos ciclotímicos poblaban al jardín encantado de cuando en cuando.
Finalmente, supe que, en verdad, lo que me advirtió la vendedora de enanos, fue incompleto. Estos seres no nacían solos. Sus existencias eran conferidas gracias al contacto próximo con los artículos del jardín: mesas, muebles y sillas.
Mi jardín ya no era el mismo.
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